domingo, 29 de noviembre de 2009

Aceleración del aprendizaje


Las investigaciones demuestran que es posible acelerar el desarrollo del niño. Tal y como afirma Vygotsky el entorno social y familiar en el que se desenvuelve es vital para su propio desarrollo. Más si tenemos en cuenta que este desarrollo se compone de dos niveles, primero del desarrollo efectivo reconocido por otros autores, pero también de un segundo nivel de desarrollo denominado zona de desarrollo potencial (ZDP) que depende fundamentalmente del entorno que rodea al niño.

Los defensores de acelerar el aprendizaje argumentan que los niños que llegan a la escuela habiendo adquirido habilidades académicas en su etapa preescolar lo hacen con un riesgo menor de fracaso y mayor probabilidad de disfrutar su paso por ésta.

Para asegurar que los niños lleguen a la escuela con una mente superior, proponen llevar el ambiente del niño un paso adelante. Este ambiente se convierte, por tanto, en un instrumento útil que enseña. Así se aprovechan las muchas oportunidades de aprendizaje que ofrece el ambiente tradicional.

En esta línea están quienes quieren que los niños sean casi “superniños” que sepan de memoria muchas cosas y pronto adquieran una base de tres idiomas. Los niños presentan estrés, según David Eikind (1991), fruto de la ambición desmedida e irresponsable de los padres. Eso es lo que afirma un especialista en la materia, pero no hay que ser un doctor para comprender que obsesionarse con que los niños sean los primeros en todo y lleguen mejor preparados que nadie a la escuela puede traer más perjuicios que beneficios.


Para Piaget, enseñar a un niño algo para lo que no está preparado puede resultar en que el niño efectivamente se lo aprenda, pero de un modo más mecánico que reflexivo. Dar la respuesta “correcta” no es muestra suficiente de haber aprendido algo. Para comprender –y, por tanto, para aprender-, es necesario contar con una base y un desarrollo cognoscitivo suficiente. De ahí que existan diversas asignaturas que no se enseñan hasta que los alumnos alcanzan un determinado grado de madurez, como puede ser química o filosofía. La función del maestro es “asegurar que el desarrollo en cada etapa se integre y complete cabalmente” (Wadsworth, 1978).

Según lo visto hasta ahora, entendemos que sí se puede acelerar en cierto grado el proceso de aprendizaje, lo cual puede ser muy eficaz si lo que se busca son niños sabelotodo, competitivos y estresados; pero quizá no sea lo mejor. El niño como tal tiene que vivir esa etapa de la vida, jugar, divertirse, equivocarse, ¿por qué no? y descubrir las cosas por sí mismo aunque en algunas necesite algo de ayuda. De otro modo se le estaría intentando convertir en un pequeño adulto con todas las consecuencias negativas que eso conlleva. El estrés, vivir preocupado de hacerlo todo bien, de no defraudar a sus padres... no puede generar un ambiente satisfactorio para el desarrollo de otras partes de su personalidad, como el trabajo en equipo, la solidaridad, la autonomía y el sentido del logro. Cuando consiga algo va a pensar que eso es lo que debía hacer y no lo que podía o no podía hacer y ha logrado. El niño es más feliz y aprende más si se respeta su ritmo. Forzarlo a desarrollarse y a aprender, para superar la tendencia a la pereza es una cosa; pretender acelerar el desarrollo inyectándole conocimientos que no alcanza a comprender por su propia naturaleza, es algo muy distinto.

Por ello, “todo niño merece un buen inicio”… Por supuesto: un inicio que no dependa de las ambiciones de sus padres, sino de sus necesidades tan básicas o complejas como ser feliz y madurar su personalidad paulatinamente. Un inicio que tenga en cuenta su interés por aprender y conocer su ambiente.

Como conclusión, si tenemos en cuenta las investigaciones realizadas por Vygotsky vemos que respetando la naturaleza del niño, sin forzarlo demasiado, se puede ir más allá del límete aparente, es decir, del desarrollo efectivo. Además, esto puede ayudarle a comprender sus propias limitaciones, aprender a colaborar y compartir el conocimiento, en definitiva, que los chavales se vean como amigos más que como competidores en una lucha descarnada por ser el mejor.


Eloísa, Evelin y Ramón

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