El papel de la escuela en la formación vocacional del adolescente debe pasar de manera obligada por la información. Tal como señala Ricardo Barrera, coordinador de POPPS Construyendo Futuro, en la entrevista, no son precisamente pocos los jóvenes que conocen lo que les espera una vez que ya han echado a andar. De este modo, el 80% de los estudiantes universitarios no terminan la carrera, y el 50% abandonan el primer año. Los números pueden no decirlo todo, pero aquí dicen algo muy claro, y es que son muchos, demasiados, los jóvenes que se equivocan a la hora de elegir algo tan sumamente importante para su vida.
La falta de información sobre lo que significa tener una profesión u otra parece un aspecto clave en este problema. Y está en lo cierto Barrera cuando avisa: "es fundamental informarse sobre las profesiones (más que sobre las carreras), es decir, sobre la carrera en su ejercicio real y su impacto en la vida". Efectivamente, los cinco (o cuatro, o seis) años que dura el paso por la Universidad -o cualquier otra opción tras la enseñanza secundaria-, son de una importancia enorme para la persona. Pero no se trata más que de un paso. El resultado de cómo y en qué dirección se dé este paso se vivirá durante el resto de la vida. Por tanto, no son la belleza arquitectónica de los edificios del campus, ni la vida universitaria más o menos divertida según la carera, ni lo interesante que pueda parecer un campo de estudio sin más, razones válidas a la hora de elegir una carrera. Es más bien su práctica en todos los sentidos. En muchos casos, esto significa tener en cuenta el modo de vida que exige, las desilusiones o lo psicológicamente doloroso que puede llegar a ser en determinados momentos, etc., pero también las satisfacciones que a uno le puede dar tener esa profesión, las capacidades de desarrollarse intelectualmente, la posibilidad de trabajar por el bien común (y que esto sea cierto y no meras ilusiones)...
La vocación es algo a plantearse. "Se nace con tendencias y habilidades naturales" (Ricardo Barrera), pero no con una vocación. Ésta más bien se va construyendo, y se descubre -o no-, en función de las experiencias, los conocimientos y los valores del sujeto en cuestión. En cuanto a las experiencias, la labor tanto de la escuela como del docente no es más que -aunque esto puede ser lo más complejo- hacer valer todo su potencial para fomentar el desarrollo en los estudiantes de una fuerte confianza en sí mismos, así como un profundo deseo de aprovechar todo lo que de sí mismos pueden dar, teniendo como objetivos prioritarios tanto su felicidad como la de los demás -que son, además, objetivos interdependientes (enseñar esto con una práctica ejemplar es crucial, y es ahí donde la experiencia en la escuela puede ser determinante a la hora de descubrir la vocación)-.
Los conocimientos afectan quizás de una manera más consciente a la hora de descubrir la propia vocación. No es cuestión tan sólo de lo que a uno le gustaría, sino también y sobre todo, de lo que uno sabe hacer, que elige una profesión u otra. En este sentido la escuela actual "intenta" adaptarse a la responsabilidad del estudiante en la elección de su futuro vital, posibilitando varios caminos a seguir. Como con casi todo, es muy posible que se quede corta. El programa POPPS, con sus tests, parece querer colaborar en esa ayuda que la escuela debe suponer para el estudiante a la hora de elegir una profesión. Ante todo, es necesario no dejar nunca de informar a los estudiantes sobre lo que significa tener una u otra profesión. El conocimiento es importante, pero no sólo refiriéndonos a las destrezas que uno posee en una materia, sino lo que uno sabe acerca del mundo en general y de las profesiones que más se acercan a lo que desea ser. En muchas ocasiones los jóvenes ven de lejos una profesión, y se lanzan con ilusión. La imaginación puede llegar a "embellecerla de tal manera que nos parezca lo mejor que la vida puede ofrecernos" (Marx, Reflexiones de un joven en la elección de una profesión, 1835). Analizar la profesión, teniendo en cuenta el mayor número de detalles posible y lo que significa para uno mismo según sus propias habilidades, puede ayudar a reducir el número de decepcionados.
La labor docente y de la escuela debe pasar también por poner los medios para que no sean los padres quienes se encarguen de elegir por sus hijos la carrera que van a estudiar y ejercer. Este hecho, que no es raro en absoluto (ya sea por desidia de unos o autoritarismo de otros), resulta en dos consecuencias nefastas (si no más). Una de ellas es el paro o la precariedad: los padres que obligan suelen obligar a estudiar carreras "tradicionales", cuyas salidas laborales son cada vez más precarias o bien no están nada relacionadas con lo estudiado por la excesiva oferta de trabajadores. Otra, lógica, es la falta de responsabilidad. No haber elegido qué estudiar -y por tanto qué profesión ejercer-, enajena al estudiante de su propia vida, convirtiéndolo muchas veces en un frustrado. Por supuesto, no siempre es así y pueden darse casos en los que lo obligado y lo que resulta ser una vocación fantástica coinciden... Pero las excepciones no justifican nada: el joven debe ser el único verdadero responsable de su destino, y es en esa responsabilidad en la que la escuela debe incidir. Su margen de actuación a la hora de la construcción vocacional del adolescente puede no ser inmenso (muchos alumnos, un currículo que cumplir...) pero si en algo puede hacer es informar para que la elección no se base en simples ilusiones ni en los deseos de los padres, así como ayudar a que cada estudiante vea sus propias virtudes y sus defectos sin exageraciones de unos ni de otros. De este modo la elección de la profesión se basará tanto en una percepción más realista de lo que supone y de lo que uno es capaz de hacer.
Eloísa, Evelin y Ramón
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